domingo, 2 de noviembre de 2014

JORGE: UNA VIDA DE PELICULA


Lo veo a través del vidrio del bar que se convirtió, desde hace unos meses, en su oficina. Lleva puesto un traje y está leyendo el diario, casi no lo reconozco. Las últimas veces que lo vi tenía sus típicos jeans gastados, sin embargo, todavía conserva esa sonrisa que le arruga la cara. En sus 64 años ha pasado por los más diversos y raros trabajos: fue criador de peces, actor en cámaras ocultas, agente antinarcóticos,  sereno de hospital, chofer en el consejo del menor, entre varios más. Pero, a diferencia de los anteriores, me pide que no mencione su nuevo trabajo: “Para evitar problemas legales”. Es un tipo que ha sabido practicar eso de “hecha la ley, hecha la trampa” cuando necesitó de ello.

Con una seña les avisa a sus compañeros de trabajo que va a tomar un descanso, mientras la moza me ofrece algo para tomar: “¿No te das cuenta que me vienen a hacer un reportaje para mi próxima película? `La vida de Jorge’”, le grita a la camarera que, como ya  conoce su humor, se ríe y lo insulta por lo bajo.  Una de sus hijas trabaja con él. Cuando llega al bar se sienta con nosotros y escucha la conversación en silencio pero con atención. Solange, quiere a su padre como lo hace cualquier hija,  a pesar haber estado varias veces distanciados por la vida que él eligió. Ella es fruto del primer matrimonio de Jorge, y una de sus siete hijos. 

Más allá de los chistes que hace para romper el hielo, sé que no está relajado. Su paso por el Consejo del Menor le provocó tantas angustias como alegrías. “Es un desastre lo que son los Institutos, y eso que te estoy hablando hace diez años, no me imagino lo que serán ahora”. Jorge trabajó trasladando chicos a lo largo de toda la provincia de Buenos Aires hasta el año 2000, cuando fue despedido. Me insiste en que sólo se dedicaba a llevar chicos asistenciales, para indicarme la gravedad de los casos. “Chicos abandonados, nenas violadas, con temas de drogas, problemas de esas características; ninguno con causas penales”. Chicos que poco tenían que ver con la situación que les tocaba vivir.

Hay historias que prefiere no contarme, porque a pesar de los años que pasaron, lo siguen afectando. Recuerda una vez que llegó llorando a su casa y estuvo así una semana, hasta que entendió que no podía hacer más de lo que había hecho: “Era una nena que no hablaba, la conocí justo cuando cumplía 15 años. Con el chofer nos tocó llevarla a Bahía Blanca, lo cual era muy raro porque los hombres no podíamos llevar chicas. Pero como el consejo era un desastre, nos mandaron a nosotros. Ella había quedado traumada, no había sido violada, ni nada, pero no había forma de hacerla hablar. ¿Sabes que decidimos hacer? Llegamos a Tandil y le festejamos el cumpleaños de 15. La nena era un monstruito, pobrecita, comía con la mano. Yo le dije al chofer, ‘come con la mano igual que ella’. ¿Sabes cuando habló? Cuando la dejé en el Colegio en Bahía Blanca: ahí se largó a llorar, lloraba y me decía ‘No me dejes acá, por favor, no me dejes acá’”. La voz de Jorge se entrecorta, y le propongo que hablemos de otra cosa.

El drama se repite en cada uno de los relatos que me cuenta: un chico con un ataque de nervios que rompe todo su cuarto y golpea a sus compañeros, seis hermanitas que lloraban por volver con su padre a pesar de sus abusos. En todas, Jorge está ahí para hablar con los chicos, darles consejos, y retarlos como si fueran sus propios hijos. “Me llamaron hasta un 31 de diciembre para hablar con un pibe y dejé a mi familia sentada en la mesa esperándome” dice, y mira a Solange que mueve la cabeza asintiendo. “Es así, siempre corre por todo el mundo”, confirma ella, y aunque su voz transmite desaprobación, acaba de mencionar una de las virtudes más importantes de su papá.

Jorge  prende el sexto cigarrillo de la mañana,  y me estira el paquete para que yo haga lo mismo. Le contesto que no fumo, y cuando empieza a pitar me doy cuenta de que ese es el único momento de la mañana en que está en silencio. Le encanta hablar y lo hace tan rápido que pareciera que se olvida de respirar entre frase y frase. “¿Qué más te puedo contar sobre mi trabajo?”, pregunta en voz alta, mirando a través de la ventana. Aprovecho el momento de tranquilidad y decido preguntarle algo que me ronda por la cabeza desde que nos saludamos.

"¿Por qué dejaste el trabajo?" Me mira nervioso. Siento que pregunte algo que no debía,  pero ya lo hice, así que sonrío.
Me responde con la misma pregunta “¿Por qué lo deje?”. Y ahí empieza a narrar una historia que parece salida de una novela: “Una mañana estaba tomando un café en una estación de servicio. Ella pasa caminado en dirección al teléfono público, me mira, se acerca y me pide unas monedas. Se las doy pero a cambio del favor la invito a tomar un café. Me sonríe, va hasta el teléfono y empieza a hablar. En ese momento dudé: estábamos a una cuadra del lugar donde trabajaba, el instituto de menores, y varios de los chicos que viven ahí suelen andar por la zona. Ella vuelve, se sienta y hace un gesto con los dedos a penas separados, indicando que quería un café chiquito. Nos presentamos y le pregunté qué estaba haciendo. Ella, desde lejos me muestra una credencial con el logo de la policía federal y me dice que trabaja para ellos. Yo elegí creerle. Nos volvimos a ver unos días después. Ella me hablaba con la seguridad de una mujer, decidida. Durante algunas semanas nos encontramos en la misma estación de servicio”

 “¿Qué querés que haga? Me mintió, nunca me dijo que vivía en el instituto” me dice con el mismo tono serio con el que me acaba de contar una historia que jamás espere como respuesta a mi pregunta La miro a Solange, está seria y es entendible: ella, al igual que su mamá y sus dos hermanas, no vivieron esta historia como una de amor. “Bueno, no hagas esa cara” Le pide su papá, y sigue: “A la semana se enteraron en el instituto, me llamaron las asistentes sociales, las psicólogas: tuve que renunciar”.

A pesar de haber abandonado la casa que compartía con su mujer y sus hijas para irse a vivir con su nuevo amor, Jorge nunca las dejó de ver. “Nos venía a ver todos los fines de semana, y hasta vivimos un año con él” aclara Solange, y agrega “Es un padre y un abuelo presente, no nos podemos quejar”.

Entonces Jorge deja de hablar y lanza una carcajada ante el comentario de su hija. Si bien hay tristeza en aquellas anécdotas del instituto, también está la satisfacción de haber encontrado allí, a la chica de la estación con quien hoy comparte su vida, y ha formado una nueva familia “con cuatro hermosos hijos”.
        
                                         Pamela Tomas         



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